Por: Alejandro Martínez Castañeda
En un mundo donde el modelo económico dominante privilegia la ganancia individual sobre el bienestar colectivo, han surgido alternativas que buscan equilibrar las necesidades materiales con el respeto a la vida comunitaria y al entorno natural. Una de ellas es la Economía Social y Solidaria (ESS), que promueve la cooperación, la autogestión y la sostenibilidad.
Curiosamente, muchos de estos principios no son nuevos: se encuentran desde hace siglos en la cosmovisión de los pueblos indígenas, particularmente en las comunidades purépechas de Michoacán, cuyo sistema económico y social se basa en principios radicalmente diferentes, que ofrecen lecciones invaluables para construir futuros más sostenibles y comunitarios.
Para la ESS, el centro de la vida económica no es el individuo aislado, sino la comunidad que se organiza para generar bienestar colectivo. De manera semejante, en el pensamiento purépecha existe la idea de juchari uinapikua —“nuestra fuerza”—, que expresa cómo la vida de cada persona tiene sentido solo en relación con los demás.
Asimismo, la ESS apuesta por una economía sostenible que cuide los recursos y reduzca el impacto ambiental. Para los purépechas, la tierra, los bosques y el lago de Pátzcuaro no son simples recursos: son seres con los que se guarda una relación espiritual y de respeto. Cuidarlos es asegurar la vida de la comunidad.
Mientras que el capitalismo, en su fase neoliberal, mide el éxito en acumulación de bienes, tanto la ESS como la cosmovisión purépecha conciben el bienestar en términos de equilibrio, salud comunitaria y armonía. En lugar de buscar “tener más”, la meta es “vivir mejor” juntos.
La ESS promueve la autogestión y la soberanía económica. De forma paralela, comunidades purépechas como Cherán han mostrado que es posible organizarse de manera autónoma para defender sus bosques y tomar decisiones colectivas sin depender de intereses externos.
En el ámbito artesanal, las cooperativas de la región Pátzcuaro-Zirahuén han permitido a los artesanos organizarse para buscar mejorar la comercialización de sus productos, participar en ferias nacionales e internacionales y evitar intermediarios, fortaleciendo así el comercio justo y la preservación cultural.
También, en diversas localidades aún funcionan mercados de trueque, donde los productores intercambian directamente alimentos, artesanías o servicios sin el uso de dinero. Este sistema favorece la autosuficiencia, refuerza la confianza mutua y mantiene vivas las redes de solidaridad. Las faenas comunitarias y las festividades tradicionales —como la Noche de Muertos en Janitzio— son también expresiones del mismo principio: la economía al servicio de la vida comunitaria y no solo de la ganancia individual.
Sin embargo, tales comunidades enfrentan enormes desafíos: presión del capitalismo global, migración, conflictos por recursos y la dificultad de mantener sus tradiciones en un mundo modernizante. No obstante, es precisamente en esta resistencia donde reside su mayor enseñanza: No son una utopía del pasado, sino un laboratorio activo para el futuro. Demuestran que otro mundo es posible, uno donde la economía esté subordinada a la sociedad y a la cultura, y no al revés.
Su ejemplo nos invita a reconsiderar valores fundamentales: ¿Qué es la riqueza? ¿Para quién producimos? ¿Cómo nos relacionamos con la naturaleza y entre nosotros? Ellos tienen respuestas prácticas, vividas y milenarias a estas preguntas, ofreciendo un faro de esperanza y un modelo concreto para construir alternativas al modelo económico dominante.